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A pesar de que en el tercer mundo no gozan ni mucho menos de la cantidad de ordenadores o electrodomésticos y demás dispositivos que en el primer mundo, la concentración en su sangre de metales tóxicos es desproporcionadamente mayor.

Es paradójico: de acuerdo con un reciente informe del Banco Mundial, en cualquier instituto del primer mundo hay más ordenadores de los que pueden contarse en toda una ciudad entera de Sierra Leona o Guinea Ecuatorial. Sin embargo, la concentración en sangre de metales nocivos para la salud es mayor en estos países, como el vanadio, incluso al nivel de de los obreros de factorías que trabajan con este metal. El vanadio es altamente tóxico y su inhalación puede producir cáncer de pulmón.

Esta y otras paradojas han sido puestas en relieve por un estudio realizado por diez investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y el Hospital Insular, publicado por la revista “Environmental Pollition”. Dicho estudio se ha centrado en los metales tóxicos que están presentes en la sangre de los inmigrantes africanos que han llegado en patera a Canarias durante los últimos años.

No existen estudios similares en los países de origen, por lo que los científicos de las instituciones citadas hicieron análisis de sangre a 245 inmigrantes entre 15 y 45 años con aparente buena salud, provenientes del continente africano, que se prestaron voluntarios a participar en este estudio.

Los análisis revelaron que hay tres elementos, sea cual sea el país de procedencia, que se encuentran en la sangre del 100% de los sujetos analizados: aluminio, arsénico y vanadio. Otros metales como el cromo, el mercurio y el plomo se encontraron en el 90% de los casos.

El elemento que presenta concentraciones más elevadas en la sangre de estos inmigrantes africanos ha sido el aluminio, que se ha encontrado en sus cuerpos en unas cantidades que son 10 ó 15 veces más grandes que en las personas de los países desarrollados.   Este hecho se atribuye a la gran cantidad de cacharros de aluminio que se utilizan en África para cocinar.

Los investigadores concluyen que el 80% de nuestra basura tecnológica se envía a África, bien sea para abastecer el comercio de segunda mano como para alimentar cadenas de reciclaje ilegales.

Los 16 países que se han analizado figuran entre los más pobres del mundo, pero las concentraciones de esos metales tóxicos son más altas en el caso de inmigrantes de naciones con un PIB mayor, mayor importación de dispositivos electrónicos de segunda mano (en especial teléfonos móviles) y mayor número de conexiones a Internet.